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“Tenían miedo de que un grupo tan grande como nosotros encendiera los ánimos”: Carlos Santana y la historia nunca contada de su expulsión del Perú
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La conversación con Carlos Santana —77 años, diez premios Grammy, más de 100 millones de discos vendidos— comienza con una sonrisa. La suya, serena, aparece al otro lado de la ventana de Zoom. Es una rueda de prensa con medios de distintos países que incluye tandas de entrevistas individuales: el tipo de evento en el que muchos artistas suelen mostrarse cansados, mecánicos, poco entusiastas ante preguntas repetidas. Pero Santana no parece estar en piloto automático. Luce enérgico. Conectado. Con muchas ganas de hablar de “Me retiro”, su nueva canción en colaboración con el grupo Frontera. El artista habla con calma y claridad, y dice sentirse “entusiasmado, agradecido y contento” de hablar con el Perú, un país con el que tiene una historia compleja. Una historia que empezó en 1971, cuando fue expulsado por el gobierno militar, en una anécdota que padres y abuelos aún recuerdan con decepción.
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Ver a Santana en aquel diciembre de 1971 habría sido lo más cercano a presenciar a un artista joven en la plenitud de su vigor y arte. Apenas dos años antes, él y su banda —entonces casi unos desconocidos— habían ofrecido en el festival de Woodstock de 1969 una presentación que solo puede describirse como legendaria. Compartieron cartel con consagrados como Jimi Hendrix y Janis Joplin, pero fue Santana y su explosiva fusión de rock latino lo que hizo estallar los cerebros de quienes presenciaron el concierto en vivo. Su interpretación de “Soul Sacrifice” parecía más un exorcismo colectivo que un número musical. Que ese mismo artista llegara a Lima, al Estadio de San Marcos dos años después, por apenas 100 soles de la época, parecía un milagro.
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Santana ha decidido hablar con los medios este 2025 porque tiene algo nuevo que compartir: una colaboración musical, formato que en las últimas décadas ha sido su principal vía de conexión con nuevas audiencias —basta recordar los éxitos de “Supernatural”, en 1999—. Como decíamos más arriba, esta vez ha prestado su guitarra al tema “Me retiro”, del grupo texano Frontera. “Todo pasa gracias a Dios. Mi teléfono sonó y era una voz que me invitaba a participar con mis hermanos del grupo Frontera. Esta canción me encantó. Me encanta por lo que hace sentir [el mensaje], porque yo nunca me he identificado con gente de mentalidad de víctima —no me gusta—. Yo me identifico con personas fuertes, de victoria y triunfo. No con arrogancia ni cinismo, sino con la fuerza de decir: por la gracia de Dios, con ganas, todo se puede. Con Dios no hay imposibles.”

Pero antes de hablar de música, empezamos por su salud. Hace poco, la noticia de una hospitalización de emergencia encendió las alarmas entre sus fans. Él mismo aclara el episodio con tranquilidad: “Lo que ocurrió es que a veces se me olvida comer, se me olvida tomar agua, y se me baja la batería de energía. Tuve, como se dice, una deshidratación. Entonces tengo que ser más consistente: comer más en la mañana, desayunar, tomar más agua. Eso es todo”.

La conversación con el dios de la guitarra, nacido en Jalisco, México, en 1947, avanza por los terrenos habituales de la melomanía. Cuenta que sus solos musicales nunca son escritos, sino improvisados. Que si bien ha tocado con muchas estrellas de pop, como Rob Thomas y Maná, su pináculo ha sido com- partir con el saxofonista Wayne Shorter, desde el plano puramente emocional. “Para mi es lo más alto que he hecho. Shorter es un genio de genios”, dice quien ha sido amigo de otras leyendas como Miles Davis o John Coltrane.
―RECUERDOS DEL PERÚ―
Es imposible ser peruano y no hablar con Santana sobre lo ocurrido en 1971. La leyenda negra se ha extendido por más de medio siglo, y se han tejido tan- tas versiones y fábulas que aún hoy hay quienes no logran distinguir entre mito y realidad. Una revisión de los archivos periodísticos de la época permite reconstruir la historia. Todo comenzó con la decisión de los hermanos Peter Koechlin y Jorge Koechlin de traer al grupo más caliente del mundo al Perú. Peter era menor de edad y no podía firmar contratos, pero le sobraba tanto ímpetu que viajó a San Francisco para conocer a Santana y contratarlo en persona. El concierto se pactó para el 11 de diciembre. Era la primera vez que Santana vendría a Sudamérica. Y también era la primera vez que un artista de rock internacional llegaba a un Perú con una mentalidad quizás demasiado cerrada para ese entonces.

Una vez en Lima, Santana tuvo que enfrentarse a dos enemigos. Por un lado, la prensa conservadora, escandalizada ante la presencia de “hippies pelucones” que, decían, venían a esparcir ideas nocivas como el amor libre, la paz y el consumo de sustancias. Les horrorizó sobremanera que los músicos se quitaran las camisas en el aeropuerto Jorge Chávez —venían de un clima invernal y en Lima hacía calor— y que no quisieran dar una conferencia de prensa.
El segundo enemigo fue un sector ideolologizado de la Universidad de San Marcos, para quienes Santana era un emisario del “imperialismo yanqui” que venía a promover valores decadentes. En ese punto, los conservadores de izquierda y derecha coincidían: ese concierto no debía darse. Algunos diarios de la época, como “Expreso”, tomaron partido por esa idea.

En ese clima enrarecido, se registraron algunos actos vandálicos en el estadio, como la quema de tribunas y la destrucción de baños; y el gobierno militar, en una decisión bastante torpe, optó por expulsar a la banda en lugar de reforzar la seguridad, alegando “motivos de valores”.

Más de cincuenta años después, Carlos Santana habla del asunto sin rencor. Ya tuvo oportunidad de hacer las paces con el país en su primer concierto en Lima, en 1995, y luego nuevamente en 2006. “Yo comprendo que cada persona tiene sus propios conflictos, de política o de religión. Lo que pasó en el 71 no era algo contra nosotros, era entre ellos. Era algo entre los estudiantes y las autoridades. Nosotros estábamos en el medio. Yo no lo tomé personal porque no era cosa mía. Si yo tocaba o no tocaba [en el Perú], de todos modos iba a haber conflicto entre la gente”.
Aunque fueron conducidos a la Dirección de Seguridad del Estado antes de ser deportados, Santana asegura que no fueron maltratados. “No, no fue nada de eso. Nomás previnieron que no tocáramos, porque ellos no querían que hubiera violencia entre estudiantes y autoridades. Tenían miedo de que un grupo tan grande como Santana encendiera los ánimos, como el agua que empieza a hervir... Pero, como digo, no lo tomé personal porque no fue contra mí”.

Asegura que en toda su carrera, nunca le pasó algo similar. Y eso que, explica, ha tocado en Jerusalén, en Berlín Oriental, incluso en Rusia, por mencionar algunos lugares que pueden entenderse como conflictivos, por decir algo. “Nosotros entramos a un país a traer armonía, unidad. No vengo a promover banderas de Estados Unidos, México o Perú. No soy pro banderas. Para mí, es el espíritu de la gente. Yo toco para el corazón, no para la política”.

―EL ARTISTA QUE TOCABA PARA LAS MUJERES―
La conversación con Carlos Santana se remonta aún más atrás, a sus inicios en Tijuana, cuando descubrió el poder de su instrumento. En esa época, trabajaba en un local de ‘strippers’. De lunes a sábado tocaba de las cuatro de la tarde hasta las seis de la mañana: una hora de música, una hora de desnudos. Pero los domingos iba a la iglesia y tocaba el Ave María con su violín. “Entonces entendí —dice— que hay que saber cómo tocar música para desnudar a una mujer... y cómo tocar música para elevarla, como si la alabaras, como a la Virgen de Guadalupe: con flores, incienso y devoción. ¿Ves? La energía es energía. Tienes que saber cómo usarla para complementarla”.
Sobre su talento como improvisador y su reconocida capacidad para colaborar en las canciones de otros artistas, Santana dice que todo le sale de forma natural. Aprendió a complementar una melodía desde niño, cuando tocaba la guitarra encima de discos de Aretha Franklin, Ray Charles o B. B. King. “Yo sé dónde entrar para acompañar, para complementar —explica—. Digamos que si hay rosas, tu trabajo es poner flore- citas blancas alrededor. Aprendes a tocar para armonizar”.

Precisamente porque su norte de vida es el sentimiento, Santana dice que no comprende del todo lo que está ocurriendo en el mundo con la inteligencia artificial, que hoy ya se utiliza para componer canciones, con letra y música. “Una computadora no puede dar a luz como una mujer, no puede medir cuánto sentimiento hay en una lágrima. No tengo fe en las computadoras. Están para servirnos, no nosotros a ellas”.
Santana cierra la conversación con un deseo. Quiere recorrer Sudamérica. “Quiero hacer algo que no se ha hecho: un Woodstock latino. Un festival donde invitemos a Frontera, Maná, Juanes, Gloria Estefan... muchos músicos, uno por cada región. Empezaría a las dos de la tarde. Será música para celebrar lo que somos: divinidad y luz”, dice con desbordado entusiasmo. ¿Es solo un deseo o ya están trabajando en ello? “Eso va a pasar, si Dios quiere. Será un evento mundial, un Woodstock latino”, insiste. La palabra y el concepto lo tienen fascinado estos días. //